viernes, 23 de diciembre de 2011

QUE ES LA NAVIDAD?






¿Qué es la Navidad? Es la ternura del pasado, el valor del presente y la esperanza del futuro


















jueves, 22 de diciembre de 2011

YA LLEGA LA NAVIDAD...







La Navidad de «Peludo»


Catorce años de no interrumpida laboriosidad podía apuntar el Peludo en su hoja de servicios; catorce años en que no hubo día sin ración de palos y sin hambre. ¡El hambre especialmente! ¡Qué martirio!
Sacar fuerzas de flaqueza para el cochinero trote, obligado por los pinchazos del recio aguijón; aguantar picadas de tábanos y de moscas borriqueras, enconadas, feroces con el sol y el polvo, en las llagas de la reciente matadura; sufrir talonazos y ver cortar la vara de avellano o de taray que, silbadora y flexible, se ha de ceñir a su piel, averdugándola; probar la dentellada de la espuela y el sofrenazo violento del bocado; recibir puñadas en el suave hocico y en los ojos, en los dulces y grandes ojos cuya mirada siempre expresa mansedumbre; doblegarse bajo la excesiva carga; arrastrarse molido y pugnar por no caer al suelo antes de que se termine una caminata tres veces más fatigosa de lo que cabe dentro de los límites del vigor asnal; todo esto, con ser tanto, le parecía miseriuca al Peludo, en cortejo de pasar rozando una pradera verde como la esperanza, mullida y aterciopelada como tapiz de seda, y no poder hartar la panza vacía, redondear los ijares metidos y chupados y la tripa hueca como tubería de órgano. Era tal la impresión que causaba al Peludo la vista de la hierba apetitosa, rociada, velluda, de los dorados pajares y de las mieses en sazón; tal la rabia que sentía al oír el murmurio de la fuente cuando secaba sus fauces el anhelo del trabajo y la polvareda pegajosa del camino real; tal la violencia de su furioso apetito y el ímpetu de su colosal gazuza, que más de una vez, él, el manso, el resignado, el trabajador, el obediente, «pensó» hacer una muy gorda y sonada: soltar un rebuzno de guerra y arremeter a coces y a muerdos contra su despiadado jinete, su espolique, su amo, su tirano... ¡Qué deleite arrojar al suelo el lastre de sacos de harina, que pesan cual plomo, patearlos, reventarlos; que la harina se esparciese por la carretera; meter en ella el hocico, aventarla, hacerla volar en blanquísimas nubes! Y si era mucha el ansia de comer, no menor la de revolcarse. ¡Revolcarse! ¡Cuánto tiempo, desde su tierna infancia, su época de buchecillo retozón y candoroso, que no se revolcaba, con las cuatro patas batiendo el aire y la gris barriga al sol, el Peludo!





Cruzaban estas ráfagas de emancipación por la deprimida mollera del esclavo, pero no adquirían consistencia; eran aleteos pasajeros que abatía al punto la convicción de su eterna servidumbre y de que la había dispuesto la suerte, el fatum que preside a la existencia del jumento. Sí, lo peor del caso es que al Peludo la desgracia le había hecho fatalista; no esperaba nada de la Providencia, ni se atrevía a creer que pudiese lucir para él jamás un instante de relativa dicha. Hiciese lo que hiciese lo mismo tenía que ser... Hambre y palos, palos y hambre... Arriba con la carga; avante por la senda, y nada de protestas ni de quiméricos ensueños...
Razón llevaba el paciente Peludo en desconfiar de la suerte y en prometerse mayores desventuras; su amo, en vez de mostrarle algún apego, una pizca de consideración, a medida que el Peludo perdía fuerzas, agilidad y bríos, iba tratándole con mayor dureza y encomendándole las tareas más rudas y bajas, los transportes más reventadores y las jornadas a palo seco, en todo el rigor de la frase. Por eso, la glacial y lluviosa noche del 24 de diciembre encontró al cuitado Peludo sufriendo la intemperie con cachaza estoica, atado a una argolla de hierro, a la puerta de la más conocida taberna del Pellejón, una de las varias que salpicaban las orillas de la carretera de Marineda a Brigos. Otras veces no faltaba para el Peludo en aquel templo báquico el abrigo de una cuadra o de un estercolero, o siquiera de un cobertizo cerquita del pajar; pero ésta era noche de bulla y parranda, de regodeo y jarros colmados de vino y aguardiente, y cuando el Peludo, al trotecillo desmayado de sus provectas patas, se acercó a la taberna, no quedaba sitio ni techo para él. De dos puntillones, el amo le pegó a la pared, le amarró a la anilla, y allí se quedó el jumento, sin más techo que un emparrado desnudo de follaje, cuyas ramas goteaban hilos de agua llovediza, formando una charca bajo los cascos.





Veía el Peludo, al través de los vidrios de la ventana, la sala de la taberna iluminada, alegre, llena de hombres que jugaban a los naipes, disputaban, despachaban guisotes de bacalao y apuraban vasos de caña y tinto. Mientras los racionales celebraban así la Navidad, el asno, transido y empapado hasta los huesos, rendido de cansancio y desfallecido de necesidad, no tenía ánimos ni para exhalar un suplicante y doloroso rebuzno pidiendo sustento y calor. Una nube veló sus pupilas; sus corvas se doblaron. Iba a caer sobre el fango líquido, cuando advirtió una claridad suave, muy diferente de la que derramaban las pestíferas candilejas de la taberna, y divisó a su lado, con profunda sorpresa a otro borrico: un asno plateado, de luciente pelo, vivaracho, cordial. ¡Qué compañía tan grata! «¡Hi-ho!», flauteó dulcemente el caduco y asendereado jumento. Púsose el recién venido a roer con los dientes la cuerda que al Peludo sujetaba, y presto lo dejó libre. Echó a andar el argentado borriquillo, y detrás de él, sin meterse en más averiguaciones, el Peludo, ya regocijado y fuerte. A medida que adelantaban, la noche se hacía transparente, estrellada, tibia; el camino, fácil, seco, llano, lindo. A derecha e izquierda, prados de un tono de felpa verdegay, esmaltados de violetas y ranúnculos, convidaban al Peludo a saciar su apetito; arroyos cristalinos le brindaban con qué apagar su sed. Y el Peludo, entrando a saco, descuidado, libre, se entregó a la hierba jugosa; desde lejos podía oirse el ruido de molino que al mascar producía su vieja dentadura. Bebió a su talante en los manantiales; atracóse de trébol y hierba mollar, y al paso que devoraba, redondeábase su panza como globo que se infla, hasta que de súbito estallaron las cinchas que sujetaban la albarda, y quedóse en pelota, feliz como un rey. ¡Ahora sí que no se sentía fatalista el Peludo! Tan dichosa aventura lo convertía en el mayor providencialista del universo. En lontananza empezaba a despuntar la mañanica dorada y risueña; las violetas del prado olían a gloria; todo incitaba a un revuelco deleitable, y, izas!, el Peludo se dejó caer y se puso a nadar en aquel golfo de verdura, impregnándose de olores floreales, recogiendo en su pelambrera hojas de manzanilla. El asno se sentía victorioso, envuelto en luces de gloria. Y allá en los aires, lejos, alto, voces misteriosas repetían la profética cláusula: «Nos ha nacido un niño, y se llama Emmanuel...» El asno de plata, salvador del Peludo, le miraba entre compasivo y amigable, y le rebuznaba bondadosamente: «¡Hi-ho! ¿No me conoces? Soy el que calentó con su aliento a Jesús en el establo..., y el que llevó a Egipto a María la Nazarena...»



A la puerta de la taberna, el amo del Peludo, al salir de madrugada con los humos de la embriaguez muy densos aún, vio a su montura tendida en la charca, los ojos vidriosos, las patas rígidas.
-Rompióse la cuerda -observó el tabernero-. No le dé patadas -agregó-, que de poco sirve; tiene la oreja fría; está difunto.
Pero el amo, con la terquedad característica de los beodos, seguía descargando puntapiés al animal, jurando, blasfemando y maldiciendo. Al fin, convencido de lo inútil de sus esfuerzos, soltó una opaca risotada.
-Para lo que servía... -gruñó-. Ya ni podía conmigo...


Emilia Pardos  Bazan




















De Navidad



Este cuento pasa en el siglo XVI en una de esas ciudades de Italia que gobernaba un tirano. Llamémosla a la ciudad, si queréis, Montenero, y a su tirano, Orso Amadei.
Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis, festejaba en su palacio a pintores y poetas y recibía en su cámara privada a los sospechosos alquimistas de entonces, que si no consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos venenos.
Cuando a Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad, comulgaba con él -¡horrible sacrilegio!- de la misma hostia, le sentaba a su mesa..., y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los ojos extraviados y espumeante la boca, volvía a caer retorciéndose..., mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas.









Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba a palos, o los dejaba consumirse de hambre en un calabozo.
Orso era viudo dos veces: a su primera mujer la había despachado de una puñalada, por celos; a la segunda, la única que amó, se la mató en venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Ésta no había dejado hijos: la segunda, sí: una hembra y dos varones. Perecieron los varones en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo Landolfo, y quedó la niña Lucía para continuar la maldita familia de Amadei.
Discurría ya su padre el príncipe con quién desposarla, cuando Lucía declaró que deseaba tomar el velo. Orso se desesperó, porque a su manera, adoraba a aquel último retoño de su raza; mas no hubo remedio; la voluntad de Lucía se impuso, y la niña entró en un monasterio de la Orden de Santo Domingo, en que había florecido Catalina, llamada Eufrosina, a quien el mundo venera hoy con el nombre de Santa Catalina de Siena.
La tierna juventud, la cándida belleza y la ilustre cuna de la hija del tirano aumentaron el asombro de su penitencia. En un siglo ya pagano renovó las duras penitencias de edades más fervorosas.
Su alimento era un puñado de hierbas cocidas; su cama, dos quilmas sin paja; su ropa interior, un burdo tejido de Cilicia que llagaba la delicada piel; y cuando se levantaba para orar, en las noches de enero, después de tomar una hora de descanso sobre las losas húmedas, que quebrantaban sus huesos todos, apenas podía sostenerse de debilidad y las palabras del rezo se confundían en su boca.







Porque Lucía, hija al fin de los Amadei, no había nacido para la mortificación y el dolor, sino para agotar las alegrías de la vida, para recrearse en el grato sonido del bandolín, en el armonioso ritmo de las estancias de los poetas, en la magia del color, en la dulce y misteriosa calma de los jardines, donde sonreía la eterna hermosura de las estatuas griegas y sólo el peso de ajenas culpas y el anhelo de la expiación la habían arrojado palpitante de angustia y de terror al pie de los altares, donde a cada minuto recordaba involuntariamente el mundo y sus goces.
Como Catalina de Siena, más de una vez se vio asaltada por tentaciones impuras y por imágenes engañadoras y burlonas; pero abrazada a la cruz, resistió heroicamente; lloró, se hirió las carnes y, al fin, conoció la victoria en la paz que descendía a su espíritu. Arrobos y dulzuras inexplicables sucedieron a los desfallecimientos, y Lucía se sintió consolada.
Llegó Navidad, aniversario de su profesión. Vino la Nochebuena acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el sudario que cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda solitaria; una ilusión singular le mostraba, al través de los emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles.



Sembrado de azucenas estaba todo, y la blancura del jardín despedía una claridad que alumbraba la celda con rayos de luna, más vivos y lucientes que la misma plata. De pronto, envuelto en olas de luz apacible, Lucía vio a un precioso Niño: una criatura que sonreía, que tendía los bracitos, y a quien la monja recibió enajenada en ellos.
-Esta noche -dijo el Niño amorosamente- he querido favorecerte, Lucía, y en vez de nacer en el pesebre, naceré en la celda donde tantas veces me has invocado.
Lucía permaneció algunos instantes fuera de sí: el favor era extraordinario y, en su humildad, no se creía digna de él. Apenas pudo recobrarse, juntó las manos y se postró implorando al Niño.
-Si quieres que sea dichosa tu sierva, Niño, mi Niño del alma..., concédeme lo que voy a pedirte. ¡Ah!, es cosa grande y difícil; pero si Tú no puedes realizar imposibles, ¿quién los realizará? Acuérdate de lo que he luchado, acuérdate de mis sufrimientos..., y en vez de nacer aquí, dígnate nacer en otro lugar oscuro, horrible, desolado...: el corazón de mi padre, Orso Amadei.
Halagando el Niño con sus manecitas el rostro de la penitente, la miró lleno de tristeza.



-¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar con mi cuerpo desnudo los espinos y los abrojos y las ponzoñosas hierbas, y sentir cómo se enroscan en mi cuello las víboras y cómo trepan por mis piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso; pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor; nací entre sencillos pastores, no entre lobos carniceros! En fin, Lucía, ya que has combatido por mí, no he de negarte lo que deseas... ¡Esta noche, mi establo de Belén será el corazón de fiera de tu padre!
Al oír la promesa del Niño, Lucía experimentó tan súbito gozo, que no lo pudo resistir. Cayó inerte sobre las losas. La luz, la visión, el perfume de las azucenas, todo desapareció, y al través de los emplomados vidrios sólo se vio el huerto amortajado de nieve.
A aquella misma hora, Orso Amadei celebraba un festín en su palacio; mejor que festín hay que decir orgía. No era una cena donde los dichos agudos y las alegres historietas hiciesen volar las horas, y en que la presencia de las damas, incitando a la galantería, contuviese a la brutalidad. De estas cenas había dado muchas Orso; pero también gustaba de otras más desenfrenadas, a que sólo asistían sus capitanes semibandidos, sus bufones y sus familiares, gente cínica y perversa.



Si se mezclaba con ellos alguna mujer, era la infeliz juglaresa sorprendida en la plaza pública, y que, después de servir de ludibrio a los convidados, aparecía al día siguiente con el cuerpo acardenalado, medio muerta, arrojada en cualquier callejuela de la ciudad. Aquella noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor presa: justamente acababa de cazar a una joven muy linda, ¡peor para ella si andaba a tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores; Orso, riendo a carcajadas, ordenó que trajesen a la jovencita, que entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo, y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente hermosa.
Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos de oro..., y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.
-Soltad a esa mujer -gritó Orso-. Que la acompañen a su casa con el mayor respeto. Que nadie le haga daño... ¡Ay del que toque un cabello de su cabeza! Que se la trate como a mi persona...
Los beodos, atónitos, obedecieron sin comprender. Continuó el festín; pero Orso, preocupado y sombrío, no apuraba la copa. Deseoso Ridolfi de animarle, hizo una seña, entendida al vuelo, y pocos minutos después, un preso moribundo de hambre fue traído a la sala del banquete. Solían divertirse en sacar de su mazmorra a uno de éstos, a quienes desde días antes privaban de alimento; sentarle a la mesa, ofrecerle algún exquisito manjar, y cuando iba a engullirlo, sollozando y aullando de contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente cera de los hachones que alumbraban la orgía.





El preso era joven, y Orso, bromeando, le tendió un plato de asado, humeante, y una copa de «Lácrima»; mas al verle de cerca, profirió una imprecación. Los ojos que le fijaban con doloroso reproche desde aquella extenuada faz de mártir, la boca que le daba las gracias, eran la boca y los ojos de Lucía, su propia mirada, que el padre no podía desconocer, mirada de reflejo cariñoso, luz del alma que busca otra luz igual.
-Que suelten a éste -mandó Orso-. Antes, dadle bien de comer cuanto desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino a discreción... Que se le trate como a mi persona... ¿Lo oís? ¡Cómo a mi persona!
Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un chiquitín en brazos.



-Piedad, gran señor -exclamaba-, piedad de la criatura que aquí ves. Este pequeño es el hijo de tu cuñado Landolfo dei Fiori, a quien aborreces, y unos soldados, por orden tuya, según dicen, le quieren estrellar contra el muro. Tú no puedes haber dado tan cruel orden, y yo le pongo bajo tu amparo.
Al nombre odiado de Landolfo, Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba a atravesar la garganta del pequeño...; pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía cuando su padre la acariciaba, en los días de la niñez.
Orso, vencido, cayó de rodillas, y golpeándose el pecho empezó a acusarse en voz alta de sus pecados; porque Jesús, fiel a su promesa, acababa de nacer en aquel corazón más oscuro que el abismo infernal.
A la mañana siguiente, Orso recibió la noticia de que su hija había expirado a las doce en punto de la noche.
El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la ciudad, pidiendo perdón a los habitantes, y, apoyado en un bastón, se alejó lentamente. Nunca se volvió a saber de él. ¡Dichosos aquellos en cuyo corazón nace el Niño!



Emilia  Pardos  Bazan



























miércoles, 21 de diciembre de 2011

EL TAO DE LA MUJER




TEJE LA RED





T
elaraña
hilos de vida que me sostienen
entre el Cielo y la Tierra.
Tejiendo la red,
soñando el sueño,
podré volar
entre los dos mundos.
Contigo como musa, Madre
creo la sustancia de los sueños,
permitiendo a la artista
que habita en mi
crear mi vida con amor.
Moldeo la arcilla
de experiencias
en un cuenco medicinal
captando la esencia de la vida
que canta profundamente
en mi alma.
Tus secretos de creación, Madre
me han enseñado cuándo destruir
las cadenas que han limitado
la expresión de mi alegría.
Me has enseñado
cómo trabajar,
dar nacimiento
a las visiones internas
engarzándolas
como flechas de plata,
astillas que encienden de nuevo
el Fuego de la Creación.

Jamie Sams

Teje la Red representa el principio creativo que habita en el interior de todas las cosas. Su ciclo lunar corresponde al mes de octubre y está asociado al color rosa. Trabajar con la Verdad, es su Ciclo de Verdad. Nos enseña cómo utilizar nuestras manos para crear belleza y verdad de forma tangible. 
       El rosa es el color de la creatividad. Teje la Red nos enseña cómo utilizar la destreza en el arte para crear nuestras ideas y sueños en el mundo físico. A través del uso de nuestras manos mostramos nuestra voluntad de servir a Todas Nuestras Relaciones. 
       Teje la Red es la Guardiana de la Fuerza Creativa en todas las cosas. Nos ayuda a expresar nuestra creatividad de una forma positiva y utilizar la energía disponible para nosotros. Esta Madre de Clan también es la Conservadora de la Fuerza de la Vida que nos enseña a crear salud, a manifestar nuestros sueños y a desarrollar y utilizar nuestros talentos, accediendo a nuestro potencial espiritual.

The 13 Original Clan Mothers. Jamie Sams. Editorial: Harper Collins.










ESCUCHAR PROFUNDAMENTE




T
elaraña
hilos de vida que me sostienen
entre el Cielo y la Tierra.
Tejiendo la red,
soñando el sueño,
podré volar
entre los dos mundos.
Contigo como musa, Madre
creo la sustancia de los sueños,
permitiendo a la artista
que habita en mi
crear mi vida con amor.
Moldeo la arcilla
de experiencias
en un cuenco medicinal
captando la esencia de la vida
que canta profundamente
en mi alma.
Tus secretos de creación, Madre
me han enseñado cuándo destruir
las cadenas que han limitado
la expresión de mi alegría.
Me has enseñado
cómo trabajar,
dar nacimiento
a las visiones internas
engarzándolas
como flechas de plata,
astillas que encienden de nuevo
el Fuego de la Creación.

Jamie Sams

Teje la Red representa el principio creativo que habita en el interior de todas las cosas. Su ciclo lunar corresponde al mes de octubre y está asociado al color rosa. Trabajar con la Verdad, es su Ciclo de Verdad. Nos enseña cómo utilizar nuestras manos para crear belleza y verdad de forma tangible. 
       El rosa es el color de la creatividad. Teje la Red nos enseña cómo utilizar la destreza en el arte para crear nuestras ideas y sueños en el mundo físico. A través del uso de nuestras manos mostramos nuestra voluntad de servir a Todas Nuestras Relaciones. 
       Teje la Red es la Guardiana de la Fuerza Creativa en todas las cosas. Nos ayuda a expresar nuestra creatividad de una forma positiva y utilizar la energía disponible para nosotros. Esta Madre de Clan también es la Conservadora de la Fuerza de la Vida que nos enseña a crear salud, a manifestar nuestros sueños y a desarrollar y utilizar nuestros talentos, accediendo a nuestro potencial espiritual.

The 13 Original Clan Mothers. Jamie Sams. Editorial: Harper Collins.







FLORECEMOS JUNTAS





Cuando la mujer despierta profundamente sus capacidades en ocasiones se percibe muy distinta de su entorno y muchas veces cree que está sola. El proceso de despertar tiene sus pasos y si te encuentras en esta situación necesitas recordar que la red de mujeres está contigo. Que todas hemos pasado dolores profundos, incomodidades y también liberaciones y éxtasis. Te envío este mensaje, por favor, pon las manos en tu corazón y ábrete a sentirlo: 

Bella mujer, eres preciosa y te mereces todo el amor del universo. Si. Te hablo a ti. Sólo tienes que ser la que ya eres. Y la que ya eres es una mujer que está llena, llena de amor, que no está sola, que está unida a todo. Esto es algo que tienes que sentir, no es algo que te digo yo ni que te dicen los otros, no es algo que puedas leer y comprender con el intelecto. Ábrete a sentir y confía en tu intuición, escucha a tu corazón y confía en tu capacidad de amar.

Eres el mismo amor que llevas prendido en tu sangre y que te da la vida. El mismo que todo lo puede y que se lleva por delante miserias, dolores y pesares. El mismo corazón que abriga a toda la existencia, sus hijos amados y les lleva hacia la plenitud. Tú eres eso. Eres plenitud y tu florecimiento hace posible que florezcamos todas. Gracias por despertar. Gracias por la valentía de abrir la flor de tu ser. La existencia te necesita, tu danza la hace florecer.

Hay un proceso que hacer, tal vez incomodidades que pasar, pero la luz ya está ahi, abrigando tu esfuerzo, alimentando tu fuerza, generando la capacidad de crear la vida que mereces. Una vida que te engrandezca, y no que te disminuya, que te valore y que te haga brotar naturalmente una canción de resplandeciente alegría. 

Estamos contigo, preciosa. Florecemos juntas.  























CUENTO 






¿Pequeño? Aquí en Rijmenam
todo es pequeño.
La plazuela es pequeña,
las calles son pequeñas,
los hombres son pequeños.
En Rijmenam todo es pequeño.
¿Pequeño? Aquí en la tierra
todo es pequeño.
El ansia del dinero es pequeña,
la crueldad sanguinaria es pequeña,
  y sobre todo el amor es pequeño.
En la tierra todo es pequeño.
¿Pequeño? En el universo
todo es pequeño.
Los quarks son pequeños,
los leptones son pequeños,
e incluso en cualquier parte
los siete enanos son pequeños.
Entonces, ¿qué me importa a mí
que tenga que ser pequeño en el universo
o en Rijmenam?


Fa Claes








consuelo crepuscular



¿El lado hermoso de la vida?
Que tenga su complemento
en el otro lado abominable;
en nada lo hace más hermoso
aunque no lo aniquila.
Los dos están
incomprehensibles el uno al lado del otro.
Es particularmente difícil
  desde los momentos oscuros ver algo
que de cualquier manera podría ser luz.
Francamente, no sabría dónde
en Rijmenam, dónde en el universo
encontraría consuelo.
Pero lo que deploro más:
no sé nada con que
pudiera consolar
Rijmenam o el universo.
Eso pone pena sobre pena.
Pienso. Inclino la cabeza,
sigo trabajando. Y callo.




 Fa Claes













cumplimiento





Mediodía, pero sombrío el aire.
Hay tormenta, la lluvia retumba y
el relámpago hiende.
De pronto estamos siglos atrás.
La tierra humea, se arremolina, hierve.
Titanes de agua en ráfagas,
el aire resuena cuando el fuego
quema la cortina.
La evolución ha comenzado apenas
aquí, yo, en Rijmenam.
¡Dios!, ¡Dios!, pudiera mañana encontrarse unos miles
de quintillones de eones y más tarde aún,
  quiero escribir: el cumplimiento
de los esfuerzos,
de tanto esfuerzo
la solución, por fin,
el resultado más consumado.



Fa Claes




                               


                                


                                   

domingo, 18 de diciembre de 2011

mi jardin zen: el zen y la pintura artistica....

mi jardin zen: el zen y la pintura artistica....: ZEN El Zen tiene su origen en la India, hace unos dos mil quinientos años, en la época de Buda (el Buda Sakyamuni). El Zen partió del b..


.







LOS  NIÑOS  DE LA SABIDURIA







Descifran el misterio de la vida
a los pocos días de su llegada al mundo
y dan cátedras acerca del universo
desde sus pequeñas cunas blancas.

Tienen el asombroso talento de reir
cuando deberían llorar de amargura
y derraman lágrimas de impotencia
ante la ignorancia de los predicadores.

Aman con un amor tan poderoso
que son incapaces de odiar
y en tiempos de dudas y derrotas
buscan consuelo entre ellos mismos.
.
Son agredidos por bestias al acecho
seres oscuros que hieden a cobardía
dejando profundas heridas de interrogación
en sus transparentes cuerpos y almas.

Saben con certeza que existen los ángeles
porque vuelan con ellos por parques y plazas
y construyen fabulosas obras de ingeniería
al borde de los grandes océanos del verano.

Ian Welden


de: Plegarias Al Amanecer








EL EXTRAÑO





Dices no estar muy segura
pero que pareces divisar a un extraño
riéndose de ti
en los crátares más profundos
de mis ojos.
Como el hombre en la luna
que cuando niños creíamos ver
acechando en las noches de diciembre
entre juego y juego.

El tiempo y la ciencia
se han encargado de demostrar
la falsedad de semejantes sospechas.

Lejos de ser un extraño
que ríe y nos acecha
es un pobre centauro confundido
que desde una luna abandonada
lanza sus flechas de amor
hacia un universo que no lo comprende.



 poemario AMOR Y DESAMOR 

 Ian Welden









FLORESCENCIA





En el eco ojival de mi transparencia


en tu recuerdo me diluyo...
  
Mis húmedos surcos navegables



afloran


en el intermitente canto de tus deseos.

Sumerges pistilos en mis labios abismales,


produciendo capilares estertores
 
me vuelvo tu cómplice


 y convulsiona mi cuerpo en tu lecho.


En tus manos soy mar incontenible,


 horizontales anhelos,


 hembra previsible ante la presencia


de innumerables goces.

Mis secretos escondidos humedeces.


 Poro a poro se bañan mis fuegos seculares,


 tiemblo, grito,


 mareas sucesivas y salvajes


 repertorio de conjunciones fulminantes.


 Embates fragorosos, ¡gemidos!

Incontrolables pulsaciones


del conjuro procreador multiplicante.



Ya sin quejas descanso en tu piel
 
despejada de líquidas sorpresas.

Tranquila,

serena,


iluminada.



Jessenia

de;Fugacidades





































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